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Amable
1. Mundo

 

Y yo braceo en ese
otro mundo sin conciencia.

Amable Arias

Hilo. Trazo. Línea que abarca. Al fondo, un niño de ojos muy abiertos. Una luz de carbón. Un tiempo que no existe más que en esta memoria del trazo y de la tinta.

¿Que empezó cuándo? Lo que determina la pulsión creadora, ¿en qué fuente? ¿Qué río subterráneo lo alimenta hasta precipitarlo al exterior?

Los recuerdos son un brocal al que asomarse. Húmedo pozo, agua fresca, musgo de antaños. Pero nunca vivir en hacia atrás. Germina la semilla en lo profundo y busca luego la luz.

Así el artista.

Afirmaba Picasso: “Yo no evoluciono, yo soy. En el arte no hay ni pasado ni futuro. El arte que no está en el presente no será jamás”.

Hilo, trazo, línea que delimita esta arquitectura del sueño, estos niños que se beben el mundo sin conocer la sed ni las espinas, sin ni siquiera saber que acabará por devorarlos.

Presente para la mano que los fijó en un punto inmóvil, ya siempre invulnerables a la erosión del tiempo. Presenta también para quienes hoy los encaran a su propia imagen: rostros y rincones eternos.

No hay más que contener el aliento. Que duerma el reino durante cien años. Que la decrepitud no alcance ese territorio mínimo y grandioso que llamamos Amable Arias, Bembibre e infinito.

Esta fascinación.



2. Vida

Y todo
el andar por el mundo muy sabiendo
nuestro destino.
Amable Arias

Vivir es avanzar. Vivir es regresar con la mirada.

Tiene el pintor el ancla con que frenar el avance del sol y detener su esfera. Aquel a quien la vida obligó a marcharse un día retrocede los círculos que lo fueron convirtiendo en hombre.

Al final, la memoria lo instala en el mismo punto de partida: los sonidos, la estampa de las calles y sus gentes, del paisaje y sus pájaros, lo que no quiere morir sino tejerse en el hoy para fructificar en siempre.

Abrir una ventana y asomarse al instante detenido. Interpretar su forma.

Luces de ayer. Memoria de los niños y sus juegos, las casas y su tictac dormido, la madera y la grasa y la carcoma y la espera y los quizás y el ¡despierta!

Voces de ayer: “el patio de mi casa”. Yo te evoco -dice Amable-, yo te creo.

Yo te hago único.

Rostros de ayer. Agua limpia en pupilas que no tendrán que ver cómo se truncan sus sueños.



3. Niños

Bajito, sin decir nada
se fue a pelar castañas.

Amable Arias

Juegan, eternamente prendidos en el juego.

Miran como solo ellos saben mirar. Apenas un punteo de pluma que recoge el balanceo de la edad, columpio de inocencias y malicias.

Eran y aún son flequillos, trenzas, labios carnosos, pícaras pecas. El tiempo péndulo. Los ojos siempre.

La mirada de Amable, esa red atrapa-almas que da inmortalidad a los cuerpos fugitivos.

Con qué delicadeza sobrevuela y sugiere, acaricia y ahonda, recibe el hálito, deja el latido palpitando en la página.

Infancia. Fragilidad que siempre se está yendo. Lo diminuto y ágil. El rostro más volátil de Bembibre.



4. Bembibre

Subes la escalera de tablones
peldaño
peldaño
arriba hay un corredor
una piedra
una pendiente
detrás
todos los oscuros deseos a satisfacer
Amable Arias

Y a su lado, la arquitectura inmóvil. Casa, hogar. Solidez y cobijo.

Bembibre se extiende, se retuerce, se contorsiona. Saltan los soportales sobre sus zancos de madera gastada, crujen ventanas, suelos, corredores, galerías. La plaza gira como un carrusel loco. Alza la iglesia su abrazo universal a las alturas.

Y quiénes. Y cuántos. Guajes, mujeres con pañuelo, asnos y cabras, gatos, el pueblo entero. Regresar tantos años después, sabiendo ya que los dedos poseen el don de recuperar lo que dicen que se llevó la vida.

Donde un día hubo un niño y un dolor. En una casa en un pueblo una región una partida un regreso un sueño desde el que Amable Arias Yebra dibuja.

No solo “la criatura impulsada por demonios” como definía Faulkner al artista.

También la que consagra su propia creación. Su recobrado reino de este mundo.                                                                                                                              Pilar Blanco.

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Bembibre, cruces estéticos en la obra de Amable Arias

Este conjunto de dibujos que en la primavera de 2014 se exponen en la Casa de las Culturas de Bembibre, y poco más tarde en la Casa de la Cultura de Ponferrada, es la primera vez que se muestra como una unidad en sí.

Solamente cuatro de ellos, creo recordar, se exhibieron en la exposición antológica que tuvo lugar en el Monasterio de Nuestra Señora del Prado en Valladolid, y que posteriormente itineró en los años 2003 y 2004 por varias capitales castellano-leonesas.

Así que la actual visión de una obra, casi en su totalidad inédita, se puede considerar todo un acontecimiento dentro de la línea expositiva que nos acerca al conocimiento de la obra plástica de Amable Arias Yebra.

Son estos dibujos realizados en 1959 y pertenecientes todos ellos a un bloc con hojas de 32 x 41 centímetros, unas representaciones sígnicas del pensamiento, de la actitud cautivada de Amable por Bembibre, y no únicamente en su componente emocional, sino en su componente estético.

Los retratos de los niños de la villa, algunos anónimos, otros bien definidos con nombre y apellido, son un trabajo del artista que, mirado detalladamente, más parece un tejido de líneas autónomas lejanas a un intento de traducir el objeto captado en signo identificable, y sin embargo, visto desde su conjunto, identifican plenamente la palpitación humana que no solamente nos atrae, sino que nos somete a una emoción interior.

Más allá de los años transcurridos, muchos de los chavalitos serán reconocibles por su propia memoria o por la de sus más cercanos. Y en más de un caso su evocación suscitará recuerdos que parecen esconderse tras los biombos del tiempo.

Amable dibujó otros muchos niños: Gelines, María Elena, Juan Escudero, Conchi, Amorines, Elia, Milagritos, Maitere, Benitín, Mari Carmen, Raquel, Paquito, Clotilde Vázquez, Mari Pili, Loli..., hubiera sido oportuno que todos esos dibujos hubieran podido ser expuestos, pero requerían más espacio. Sería esperable y así lo espero yo, que en un futuro una nueva exposición permitiera conocer los retratos que aún quedan inéditos.

El otro camino que Amable hace suyo en su particular acotación, tomada esta palabra en su sentido de cota de un plano topográfico, es el de las calles y rincones del pueblo. Aquí el tratamiento es diferente, todas sus líneas están disciplinadas para arquitecturar un dibujo que parece un encaje, una puntilla, donde el hilo/línea se nutre de piedras, ventanas, galerías, escaleras exteriores, casas, carteles, tejados y elementos más ocasionales para recrear unas arquitecturas propias de la zona. Un paisaje urbano necesitado hoy de cuidados que puedan preservarlo como un bien cultural berciano.

Debo agradecer el esfuerzo que siempre supone el llevar a cabo una exposición de estas características, personalizándolo en el Instituto de Estudios Bercianos de Ponferrada, y en el Ayuntamiento de Bembibre.

Y repito mi agradecimiento incluyendo a Jovino Andina, por la consecución del nombramiento de Hijo Predilecto de Bembibre en la persona de Amable Arias Yebra; pero hay alguien, o alguienes –en idioma más infantil- aún más merecedores de este reconocimiento: los niños y las niñas de Bembibre, más estas últimas, que tan intuitiva y pacientemente posaron. Sin ellos no existirían estos delicadísimos dibujos.

Maru Rizo, Donostia, 2014


 

 

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